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MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 33

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4    Las jornadas transcurrieron implacables, el estado físico de mi padre nos revelaba que nos encontrábamos ante su inexorable fin. La máquina que le ayudaba a respirar producía un estridente sonido que impedía el descanso a todo aquel que procurase reposar junto a él en su dormitorio. Igualmente yo dormía la siesta sobre su cama mientras, desde su mecedora, él intentaba releer alguna de las muchas obras que atesorábamos en casa desde tiempos inmemoriales. Yo creo que ya ni leía, utilizaba el libro para dirigir su mirada y pensar, otras veces lo cerraba, descorría la cortina y le echaba un vistazo al pueblo y quién sabe si a la infinitud del paisaje, siempre meciéndose con suavidad, con su vieja bata.    Únicamente abandonaba la habitación cuando Trini, la enfermera que le asistía, se adentraba para realizar su ingrata labor de limpieza. Conociéndole, debió ser humillante para él. No quiero imaginar cómo tuvo que sentirse cuando en ese mismo cuarto lo desnudaron y ataron

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 32

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3    La salud de mi padre mermó notablemente tras la visita de su buen amigo Paco. A partir de entonces convirtió la planta superior de nuestra vivienda en una especie de fortaleza donde descansaba, se aseaba y escuchaba música. Únicamente bajaba las escaleras para comer algo.    Atribuí a la ansiedad que me producía la enfermedad de mi progenitor cuando somaticé el estrés con dolores en el vientre y en los pechos, incluso no me extrañó que la menstruación se demorase al estar padeciendo en mis carnes el declive físico de la única persona que ha estado junto a mí desde siempre. Por las mañanas, la congoja y la tortura psicológica a la que estaba siendo sometida me producía náuseas, de tal manera, que casi siempre acababa por provocarme el vómito.    Toda aquella sintomatología no me atormentaba en comparación a la posibilidad de haber quedado encinta, porque aunque fuera remota la probabilidad, existía un exiguo riesgo de concepción por aquel par de minutos donde el puert

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 31

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2    Las Navidades transcurrieron en el estado taciturno que presagiábamos. Pedro acudió a casa la noche de fin de año, fue una de sus últimas visitas, las hijas de Marisa comparecieron igualmente a tomarse las uvas con nosotros, también vinieron antes, para conmemorar la Nochebuena. En ninguna de las dos noches pude establecer una conversación con mi idolatrada Isabel que me acercara un poco a ella. Alguna mirada a hurtadillas en sendas cenas ponía de manifiesto que volver a acariciar su piel sería una quimera mientras que yo fuera para ella la encarnación de una estupidez perpetrada en una noche etílica.    Solo mi tía, que estuvo al corriente del padecimiento de mi padre, se encargó de llamarnos con frecuencia manifestando su intranquilidad por la evolución del enfermo.    Pese al inexorable advenimiento de su muerte, él intentaba continuar con su rutina que únicamente interrumpía cuando tenía que atender alguna visita. Sus largas expediciones por el monte se habían co