MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 14
13 Se celebraba la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos de 2000 cuando los «correligionarios» Pedro y Juan, que parecían siameses adheridos al costado, volvieron a frecuentar nuestra morada. En la primera francachela, España fue derrotada por Noruega, como siempre el resultado del encuentro parecía no determinar el devenir de la noche. Cenamos después del partido, insistieron en que bebiera cerveza, la tomé con algo de asco y miedo. Haber sido testigo de lo que le ocurrió a mi futuro tío Alberto —le quedaban pocas semanas para contraer matrimonio con mi tía Laura—, por el consumo desmedido de bebidas alcohólicas, me condicionó a que ingiriese la cerveza con cierta mesura. Al igual que el vino, que le relevó para acompañar a una exquisita carne comprada para tan «eximia» ocasión. Admito que nunca me ha seducido el alcohol, presenciar las modorras que padecía mi padre con frecuencia, amén de otras particularidades personales que atribuyo a sus excesos, me han causado cierta an