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MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 13

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12     Los meses sucedieron con celeridad, Dani ya había dejado de venir a casa, contrajo matrimonio con la dependienta de la tienda de regalos y mantenía sus clases particulares en el pueblo. Esporádicamente ejecutaba piezas de piano en locales nocturnos de la comarca del Noroeste.    A finales de 1998 algo inédito ocurrió: por primera vez acudí al pueblo yo sola. Siempre había ido acompañada de mi padre, y creo recordar que en una ocasión con mi tía Laura. A partir de entonces, comencé a bajar a la localidad con algo de frecuencia, en bicicleta como medio de transporte, empezando a dominar la batalla a mi complejo estético, o al menos en parte. Lo que sí que había logrado era a relativizar mi aspecto físico, ya no lo consideraba tan traumático. Sin embargo, el único lugar que visitaba de Calasparra era una tienda de ultramarinos cuya propietaria atendía al nombre de Maruja y a la que ayudaba su hijo Antonio. El motivo por el cual inauguramos esta tendencia de compra no fu

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 12

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11    El trasiego que mi padre produjo accediendo a intervalos más o menos regulares a la habitación secreta me dejó en vela casi toda la madrugada. Le oía cerrar con llave cada vez que la abandonaba, quería evitar a toda costa que nuestra curiosidad rompiese la mágica sorpresa que nos aguardaba. Escuchaba, asimismo, los ronquidos de Alberto que atravesaban el tabique que separaba mi dormitorio de donde él pernoctaba. Presentí que mi tía estaría despierta, imaginando en los recuerdos con los que se toparía al adentrarse a la sala que tantos años nos había estado vetada. Yo creía conocer todo lo que allí se almacenaba. ¡Cuán equivocada estaba!    Me levanté sobre las nueve, mi padre había salido a caminar, y mi tía y Alberto desayunaban en la cocina, ambos callados, el silencio sólo se rompía con el roce de las cucharillas en las tazas de café con leche que removían persistentemente.    —Buenos días, tita, buenos días, Alberto.    —Buenos días, Violeta —saludaron a la ve