Capítulo 4, Acto III, de «Mi hija y la ópera»
Fragmento del Capítulo 4, Acto III, de Mi hija y la ópera. «Reminiscencias de toda una existencia me sacudían incansables como olas en la orilla mientras luchaba en mi personal guerra con el cansancio. Podía agruparlas en unas pocas, el piano, la música, la soledad del hogar… junto al perseverante recuerdo de las tumbas, las de mis abuelos y, especialmente, la losa que cubría los ataúdes de mi madre y hermana, con el mármol helado y sucio por la tierra que era movida por el viento eterno y las hojas marchitas caídas de los árboles del cementerio con su particular danza sobre las lápidas. Sólo yo reparaba en aquel singular baile y quién sabe si los muertos desde la infinitud del tiempo, creyéndose olvidados. La existencia de mi progenitora y sobre todo la de mi hermana apenas habría dejado huella en el mundo, excepto para mí, que sin conocerlas derramaba lágrimas saladas en un llanto silencioso y de impotencia mientras contemplaba a mi padre que, en su duermevela, abría los ojo