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Capítulo 5, Acto II de «Mi hija y la ópera»

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Fragmento del Capítulo 5, Acto II de Mi hija y la ópera :    «Dieron sepultura a mi abuelo el diez de febrero de 1991. Aquella fría mañana de domingo pisé por primera vez el cementerio de Santa Lucía, lugar donde se hallaba la lápida de mi madre y mi hermana, ubicada junto a la de mi abuelo. Mi padre, que tampoco había visitado aquel lugar, me señaló con el dedo las dos pequeñas fotos circulares que permanecían, desde hacía casi una década, a sendos lados de la tumba. Qué incongruente me pareció encontrarme con las sonrientes imágenes de mi madre y mi hermana en aquel macabro espacio. Sus ataúdes ―explicó mi padre— habían sido colocados uno encima del otro. Dos ángeles de piedra simbolizando la vida después de la muerte se postraban, con expresión ausente, sobre el granito gris oscuro donde estaban tallados sus nombres. PATRICIA DOMÍNGUEZ TORTOSA 13 DE OCTUBRE DE 1957 — 12 DE SEPTIEMBRE DE 1981 D.E.P. SUSANA ROSIQUE DOMÍNGUEZ 25 DE DICIEMBRE DE 1978 — 12 DE SEPTIE

Capítulo 4, Acto II de «Mi hija y la ópera»

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Pasaje del capítulo 4, Acto II de Mi hija y la ópera : «El martes a las diez de la mañana la profesora anunció que la autora de la redacción ganadora respondía al nombre de Violeta Rosique. La carta que viene a continuación no ha tenido ningún retoque, fue escrita así hace catorce años: ¿Qué he hecho en verano? Este verano ha sido especial para mí, las clases de piano y las óperas fueron sustituidas en parte por el televisor, un electrodoméstico que apenas usamos en casa. La excusa para encenderlo fue el Mundial de Italia, desde primeros de junio a primeros de julio estuvimos viendo los partidos de España, y cuando perdimos contra Yugoslavia vimos otros partidos importantes como la final: Alemania contra Argentina. Ni a mi tita ni a mí nos gusta el fútbol y, en verdad, a mi padre tampoco. Pero la oportunidad de ver la tele en el salón en vez de estar oyendo ópera y leyendo era única. Los tres animábamos a la selección, sobre todo los goles de Míchel, del que dice mi tita q

FUGITIVO: Capítulo 3, Acto II, «Mi hija y la ópera»

FUGITIVO: Capítulo 3, Acto II, «Mi hija y la ópera» : Final del Capítulo 3, Acto II de Mi hija y la ópera : «En el final de aquel verano no me despedí de mi tía llorando como en los anteriores...

Capítulo 3, Acto II, «Mi hija y la ópera»

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Final del Capítulo 3, Acto II de Mi hija y la ópera : «En el final de aquel verano no me despedí de mi tía llorando como en los anteriores, el viento y las nubes anunciaban tormenta aquella tarde de domingo, el camino de gravilla, que otrora corría persiguiendo el vehículo de Laura, lo anduve hasta la mitad. Ya disponía de Dani para mí sola. Alcé la vista a la única vivienda que se encontraba entre la carretera y nuestra casa, unos vecinos que, a pesar de los escasos cien metros que nos separaban, eran unos desconocidos a los que únicamente distinguíamos tras las cortinas de sus ventanas en las noches o días oscuros, en los cuales encendían las luces del interior que en ocasiones titilaban como si el resplandor fuera producido por velas. Aquella tarde descubrí la silueta de una mujer oronda, noté que me observaba, como si no supiera que su figura se recortase tras la ventana, procedí con lo que solía hacer mi padre cada vez que pasábamos por la puerta de su destartalada residencia: s

Capítulo 2, Acto II «Mi hija y la ópera»

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Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : «   —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella.    La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o menosprecio hacia

Capítulo 2, Acto II «Mi hija y la ópera»

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Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : «   —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella.    La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o menosprecio hacia

Capítulo 2, Acto II «Mi hija y la ópera»

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Final del segundo capítulo, Acto II de Mi hija y la ópera : «   —No he querido ofenderte, Laura, y si lo he hecho, perdona; simplemente no pesaba que te fueras a poner en mi contra. Me he molestado porque dices que estoy depresivo, y yo opino que la depresión es la ausencia de motivaciones, yo ya las tengo: mi hija y la ópera. No intentéis quitarme por unos días a mi pequeña, que Violeta podrá estar perfectamente sin mí, pero yo no puedo estar sin ella.    La conversación fue diluyéndose a otros asuntos que ya no recuerdo, y ni falta que hace. Quedé fascinada por aquellas palabras de mi padre. Una persona desaliñada, de aspecto rudo, de tez casi negra por tanto sol y una espesa barba que le hacía parecer un náufrago, que vestía incluso en invierno camisas de manga corta, algunas veces, desabotonadas —seguramente por las calorías que le aportarían sus enormes vasos de whisky —, pero que me había dicho que me necesitaba. Si alguna vez hizo algún gesto de queja o menosprecio hacia