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Todo mi agradecimiento al Hospital Morales Meseguer

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   Es bastante habitual, incluso saludable, hacer uso de las redes sociales para criticar el mal servicio de una institución pública o una empresa, pero cuando creemos haber recibido un trato aceptable no solemos hacer muestras de gratitud, como si se diera por sentado de que siempre debemos recibir un trato exquisito y no necesitásemos dar las gracias por ello. Pues bien, yo quiero aprovechar esta ventana que da al mundo para trasmitir públicamente mi gratitud.    Más bien por suerte que por desgracia, jamás he sido hospitalizado, y salvo en los nacimientos de mis hijos tampoco había pasado una pernocta en un centro hospitalario. Pero este pasado 1 de octubre tuve que ser hospitalizado de urgencia por una neumonía atípica y aunque ha sido una mala experiencia personal en cuanto al decaimiento físico, ha sido toda una sorpresa positiva el trato que he recibido desde principio a fin, siempre amable y solícito a cualquier petición. Evidentemente no todos los profesionales del sector de

Párrafo de la última página de la novela "Mi hija y la ópera".

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«…Sonaban los últimos compases de la melodía Intermezzo de Mascagni cuando desperté de un maravillosa experiencia onírica. En el sueño aparecía mi padre, sentado en su mecedora, en aquel mismo dormitorio, con mirada perdida murmurando para sí: «Mi hija y la ópera». Frase que repitió un par de veces entretanto asentía levemente con la cabeza. Abrió su libro para cerrarlo al cabo de unos segundos con señal de negación, de inmediato, con actitud firme se despojó de los tubos que le suministraban oxígeno y bebió un último trago de whisky mientras desplazaba la cortina para contemplar con semblante nostálgico los soleados tejados de las casas del pueblo. Divisó el resto del paisaje que ofrecía la ventana y luego dirigió su vista hacia la cama para constatar que yo le observaba con profunda quietud. Me afirmó con ojos telepáticos un gesto que interpreto como «Ahora», cerrando los párpados a la vez que su espalda  se amoldaba a la mecedora mientras unas lágrimas se precipitaban bordeando un

Final de "Mi hija y la ópera"

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«Mi nombre fue Antonio Rosique, como probablemente siga siendo en este ciclo ulterior, no dejaría de ser por ello otra coincidencia siempre regida por los hilos del destino. Como todo lo que acontece en el universo y de lo que está fuera de él.»

Extracto del último capítulo del Acto III de "Mi hija y la ópera"

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« Fue también para mí una sorpresa constatar que ella no conocía nada de la tierra que la vio nacer, apenas sabría ubicar en un mapa la ciudad de Cartagena, lugar donde llegó al mundo y vivió hasta casi los tres años, jamás había escuchado hablar de Calasparra —un tipo de arroz, atinó después de devanarse los sesos—, y digamos que el único contacto, que ella supiera, con la región de la que es originaria lo tuvo con un miembro del grupo murciano Second tras una noche desenfrenada de sexo, drogas y rock alternativo.»

Párrafo del penúltimo capítulo del tercer acto de "Mi hija y la ópera"

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«No es que yo pretendiera que Isabel enloqueciese, amén de que ella nunca se ha comportado como una petulante ególatra tal como se decía de Susana, ni yo poseo la lozanía de mi antecesor en sus años mozos. Pero no estaba dispuesta a seguir el camino que ella quisiera marcarme y estar a expensas de sus antojos. «No seas marioneta de quien no te quiera de verdad» decía mi padre, al igual que: «Una de las cosas más importantes que tenemos es la libertad de hacer aquello que deseamos y la voluntad para no depender de los caprichos de nadie». Frases que recorrían mis sinapsis neuronales con la misma persistencia con que la bruma anunciaba el alba.»

Final del capítulo 7, tercer acto de "Mi hija y la ópera".

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«Pero mis memorias más nostálgicas tenían a mi padre como protagonista, su singular personalidad, de sus largas historias que ingeniaba para infundirme sentimientos como miedo, tristeza, alegría, etcétera; y de cómo procuraba convencerme de que toda acción tiene su eco en la eternidad. Él disfrutaría contemplando el paisaje que yo diviso cada día, y admirar la infinitud del mar mezclándose con el cielo. Nunca me olvidaré de aquel precioso sueño, junto a la playa, donde aparecía mi madre a darle la bienvenida, justo en el instante en que él me dejó. Aquello debía significar algo y lo he descifrado ahora.»

Pasaje del Capítulo 6, Acto III de "Mi hija y la ópera"

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«El coche fúnebre franqueó la verja en dirección al Cementerio de Santa Lucía, yo arranqué mi automóvil para seguir al vehículo mortuorio conduciendo en un inusitado estado de silencio y paz. Únicamente me encontraría con mis padrinos en el camposanto. Marisa se encargaría de apagar la música del mismo compacto que ella misma había introducido para mi lectura, sonaba el melancólico Coro a bocca chiusa de Madama Butterfly —que se escuchaba en el salón, inopinadamente, como la más acertada para aquel momento—, después despediría a los asistentes y cerraría la casa, todavía tenía las llaves de mi residencia, ahora era sólo mía, al igual que otras tantas pertenencias. Me había quedado con un hogar vacío y junto a él la tumba de Yako , al lado de la higuera, como huellas de un pasado que nunca volvería.»