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Pasaje del Acto II (La hija del leñador) de "Mi hija y la ópera"

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«Las nubes dibujaban líneas naranjas en el cielo, yo jugaba con Yako en aquel magnífico atardecer, era el único amigo que no me juzgaba por mi aspecto. Mi padre cortaba leña, una tarea que habitualmente realizaba por la mañana. Sonaba una ópera de Puccini que provenía de nuestro hogar y que se escucharía con creces fuera de los límites de nuestra finca. Un viejo Renault verde oliva se acercó a casa y aparcó en la puerta, acto seguido sonó una bocina. Nunca había visto al tipo que conducía aquel turismo, pero enseguida deduje que era el padre de Manuel, era una réplica de su hijo a doble escala, con una cara tan ancha que parecía un gigantesco emoticono enfadado reposando sobre el asiento. Hasta que abrió la puerta de su vehículo y aprecié que era más alto y corpulento incluso que mi padre. Él había sido matarife en una empresa cárnica del pueblo, decían que acabó perdiendo el empleo porque amenazó a su jefe con un cuchillo, también tenía fama de putero, alcohólico y de haber propinado

Pasaje del tercer capítulo, acto segundo de "Mi hija y la ópera"

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«En el final de aquel verano no me despedí de mi tía llorando como en los anteriores, el viento y las nubes anunciaban tormenta aquella tarde de domingo, el camino de gravilla, que otrora corría persiguiendo el vehículo de Laura, lo anduve hasta la mitad, ya disponía de Dani para mí sola. Alcé la vista a la única vivienda que se encontraba entre la carretera y nuestra casa, unos vecinos que, a pesar de los escasos cien metros que nos separaban, eran unos desconocidos a los que únicamente distinguíamos tras las cortinas de sus ventanas en las noches o días oscuros, en los cuales encendían las luces del interior que en ocasiones titilaban como si el resplandor fuera producido por velas. Aquella tarde descubrí la silueta de una mujer oronda. N oté que me observaba, como si no supiera que su figura se recortase tras la ventana, procedí con lo que solía hacer mi padre cada vez que pasábamos por la puerta de su destartalada residencia: saludar con la mano. Tras el gesto, la sombra se apartó

Párrafo del final del Capítulo 2, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«Todos dijimos que sí. Estaba tan acostumbrada a contestar cada pregunta que escuchaba que me sentí estúpida afirmando que yo también me quedaría a cenar en mi propia casa, ante la afable sonrisa de mi tía Laura, la inexcusable risa de mi abuelo y la execrable carcajada de mi abuela.»

Párrafo del Capítulo 1, Acto II de "Mi hija y la ópera"

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«En el mes de julio, mi abuelo que apenas contaba sesenta años enfermó, se dijo que no soportó ver otro mundial de fútbol en solitario, sin la compañía de su hijo con el que compartía únicamente la afición por la selección española. Una vez escuché que el exceso de trabajo y las interminables noches de soledad con el vino como único camarada acabaron consumiéndolo.»

Final del Acto I

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«Con esto concluye por ahora mi contribución a esta obra. Tras estas palabras, dará comienzo el manuscrito narrado por Violeta, el relato que me ha obligado a escribir este largo prólogo. Puede que esta historia no se publique nunca, pero eso en reali­dad poco importa, yo nunca me acordaré de ella.»

Final del capítulo 9, Acto I de "Mi hija y la ópera"

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«El abuelo realizó una instantánea cuando Patricia le entregaba el regalo a Susana, ambas se miraban sonrientes, Andrés aparecía tras ellas con la alegría propia del momento, con una mano sobre la espalda de su mujer, y con la otra, abrazando desde atrás a su hija de dos años y medio que, rebosante de felicidad, aceptaba la caja envuelta en un papel festivo. Violeta, a la izquierda de su hermana, sorprendida por el flash, fue la única de todo el salón que miró de frente a la cámara.»

Extracto del Capítulo 8, Acto I de "Mi hija y la ópera"

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«La sala de espera del Hospital Virgen del Rosell se convirtió en una expectante reu­nión familiar la Nochebuena de 1978. Sentado junto a Andrés se hallaba su padre, y a su lado algunos parientes de Patricia incluyendo su prima Asun­ción. La mañana del 25 de diciembre, con tres kilogramos de peso, vino al mundo Su­sana, nombre elegido como recuerdo al personaje homónimo de Las Bodas de Fígaro , la ópera preferida de su padre por aquel entonces.»