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Coscoletas

   «Papi, llévame a coscoletas» me ha dicho Adriana en cuanto hemos salido de su colegio tras haber presenciado su actuación en su último día lectivo del presente año. Como siempre, le he hecho caso y, gustoso, la he aupado sobre mis hombros. Ha sido corto el trayecto, porque desde su centro escolar hasta el lugar donde su madre había estacionado su vehículo distaban veinte metros.    Durante el camino al coche, mi hija le ha pedido a su madre que quería quedarse conmigo (a pesar de no haber cumplido aún los cuatro años, es sabedora de que la decisión de quedarse o no con su padre no depende de nadie salvo de su caprichosa madre —o de otras personas que no son su familia más directa—). A lo que su progenitora , inmisericorde a sus sollozos y cruelmente lacónica, le respondió que no, sin apostillar explicación que la justificara.    Lo que mi pequeña Adriana todavia no sabe es que todo esto es coyuntural, que nuestros destinos no dependen de una mente perversa que encuentra cierta fe

Campos del Río

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   Si tiende a pensar, equivocadamente, que una población pequeña apenas puede proporcionarnos diversión u ofrecernos algo destacable. Y es lógico pensar así, puesto que en Campos del Río (como en cualquier otra localidad de su tamaño) uno no pretende encontrarse con grandes centros de ocio, bulliciosas calles comerciales o destacables estructuras arquitectónicas.    Aunque lo que sí puede apreciarse, más que una gran urbe, es la cercanía de sus gentes. Amén de maravillosas vistas donde la verdosa huerta contrasta con las áridas colinas y un envidiable sosiego que en este acelerado mundo es todo un lujo.    Es en este silencio, en el esplendoroso paisaje que puede avistarse y en el cálido trato de sus habitantes, donde uno puede aprender y disfrutar de la vida tanto o más que un museo o en un teatro.

Crítica literaria de mi novela.

   Copio y pego un comentario a modo de crítica literaria de un buen amigo: José Martínez Giménez (Lali), que no sé hasta qué punto es objetivo con mi obra. Me ha entusiasmado tanto la opinión de este consagrado escritor de poesía que me ha sido imposible no compartirla con mis conocidos. «CRITICA PARA – MI HIJA Y LA ÓPERA   La gran hazaña de “Prometeo”   fue   robar el fuego   a los dioses y entregárselo a los humanos.    Por ello el adjetivo   ‘prometeico’, es usado con frecuencia en el   análisis literario, aunque también en otros muchos casos.   Yo no me siento capaz de adjetivarlo así, pero: A mí, como lector y después de leer este trabajo, pienso que en -MI HIJA Y LA OPERA- -el autor le ha robado a las musas todo aquello que se llama inspiración, para el bien del buen lector, el que sin duda alguna, agradecerá como yo, la oportunidad de admirar y sucumbir ante tanta imaginación puesta para conseguir una obra literaria amena.     Es    entonces cuando a sabiendas de que

En el final de la existencia

http://www.youtube.com/watch?v=wEFugVbzsSo (Pinchar enlace para comprender el texto).    Quien haya visto la película Cinema Paradiso recordará que, en el final, hay una emocionante escena de unos tres minutos donde el protagonista ve los fragmentos inéditos que nunca había podido ver en su pequeño cine de pueblo por culpa de la censura. Éstas breves imágenes cambiaban en ocasiones el significado de la película, y es ahí donde estriba la parte más conmovedora del desenlace del filme: que un simple beso pasional podía convertir la interpretación de la historia en algo distinta.    No estaría mal, que en el final de nuestra existencia, alguien nos sentase en una butaca para que observásemos durante unos pocos minutos todos los flashes de nuestra vida con lo que pudo haber sido y no fue: Aquel beso que pudimos haber dado y nunca dimos; Aquellas palabras groseras que proferimos y de inmediato nos arrepentimos; Aquella obra que nunca nos atrevimos a compartir. Fragmentos de una supue

Dos años

Las Torres de Cotillas, 14 de junio Ocurrió un lunes, tal día como hoy, del año 2010 cuando me sobrevino lo que podría considerarse como una estúpida revelación: Escribir una novela. Fue comenzar con un proyecto que se hallaba fraguándose en mi mente durante meses y no me dolieron prendas incluso en ponerme metas para cumplir dichas aspiraciones, tampoco tuve reparos en presentarme a los certámenes Primavera o Planeta con la certidumbre de que estar entre los finalistas sería una quimera. Quizá erré de impaciente, seguramente, pero quería demostrarme de lo que era capaz sin darme cuenta de que, como en los buenos guisos, todo es mejor si se hace a fuego lento. Hoy, con la madurez que he ido acumulando en estos dos años de experiencia como «contador de historias», lo único que puedo decir con orgullo es que aquel proyecto que comenzó hace dos años se encuentra ahora a muy poco de culminarse y que en pocos meses saldrá a la luz. Su nacimiento podría equipararse, casi, a los de m

Villanueva del Río Segura

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   Pocos lugares habitables de occidente existen en la actualidad que puedan hacer gala de atesorar calles en las cuales pueden escucharse los pasos del caminar sosegado de sus foráneos a plena luz del día.    Uno de éstos sitios, está en las faldas de la —para mí, ya familiar— Sierra de Ricote. Villanueva del Río Segura es, efectivamente, una localidad tranquila, con miradores donde puede contemplarse el gran contraste de las tierras fértiles junto a las estériles construcciones que, en ocasiones, se han convertido en zonas inútiles. Consiguiendo, con ello, una atmósfera inusual donde todavía convive el transcurrir frénetico de los urbanitas que estamos de paso con el solemne entender de la vida —por ventura para ellos— que aún permanece anquilosado en la noche de los tiempos.