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MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 38

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9    Al primer lugar donde acudimos una vez quedó confirmado nuestro parentesco tras la prueba de hermandad fue a la casa de nuestra única tía. Ella jugaba en el jardín de su mansión, junto a nuestros pequeños primos. Llegamos sin avisar; Paco, fiel a su palabra, no le había advertido de nada. Yo insistí en darle la más maravillosa de las sorpresas a Laura, no calculando bien el grado de emoción que toleraría al encontrarse con su ahijada después de varias décadas incluyéndola en el grupo de seres que ella consideraba bajo tierra. Tuvimos que llamar a una ambulancia porque se desmayó cuando le contamos la historia y le enseñamos el infalible test genético.    Ha transcurrido mes y medio desde entonces, y Marta —que, lógicamente, así desea que la llamemos— ha venido varias veces de Tres Cantos, localidad donde reside. Yo también le he devuelto alguna visita, conocí a sus hijos: Susana y Ángel que son tan repelentes y caprichosos como cabría esperar de una familia acostumbrad

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 29

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28    Avistamos la mirada glacial e indiferente de Marisa al otro lado del pasillo, junto a otras personas que aguardaban la llegada del vuelo de Madrid, en el Aeropuerto de Alicante. Era la una de la tarde del pasado martes 14 de diciembre. Nos recibió con una mueca que pretendía fingir una sonrisa. Parecía mucho más mayor, y sus ojeras evidenciaban un rostro fatigado que yo atribuí a la resaca de un fin de semana agitado. Más raros fueron los dos besos atropellados con que saludó a su hija en relación al profundo abrazo que me ofreció sin pronunciar palabra.    Marisa dejó conducir a su hija de regreso a casa, había venido a por nosotras en el automóvil de Isabel, un utilitario en cuyo maletero solo cabía la mitad de nuestro equipaje, a pesar de la insistencia de «nuestra madre» me senté en el asiento de detrás, con mi maleta a la izquierda.    —¿Os lo habéis pasado bien? ¿Qué tal los rascacielos, se ven tan altos como en las películas? —preguntaba con indisimulada apat

MI HIJA Y LA ÓPERA — Volumen 26

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25    Isabel estuvo en casa ultimando los preparativos del viaje un día antes de nuestro periplo aeroportuario. Ya habíamos conversado telefónicamente numerosas veces en las anteriores jornadas convirtiéndose la organización en toda una obsesión para ambas.    —Ahora en diciembre —explicaba Isabel— tenemos que llevar mucha ropa de abrigo. En Nueva York hace un frío que pela.    —Yo he pensado —dije— en comprar allí parte del vestuario que vaya a usar, así podré llevarme la maleta con menos peso, al menos en la ida.    —No te preocupes, que yo también tengo pensado gastarme todo el dinero que me dé mi madre.    En realidad, nuestros padres nos habían entregado tres mil euros para que los cambiásemos en dólares antes de partir. Era un presupuesto conjunto «No tenéis necesidad de malgastarlos íntegramente» decía el cabeza de familia. Él, reticente a que dos mujeres portásemos tanta cantidad de dinero en efectivo nos exigió mucha responsabilidad y cuidado.   —Para mí no