Extracto del capítulo 26, segundo acto de "Mi hija y la ópera"
«Un hilo de luz
de los rascacielos de Nueva York salvaba las cortinas de la habitación, la puerta
entornada del baño también permitía que se colase una vaga luminosidad. Isabel
me empujó con suavidad y me tumbé dócil sobre la colcha, comenzó a acariciarme
la cara con sus dedos y me besó en los labios. Debió notar mis agitadas
pulsaciones cuando fue descendiendo con besuqueos por toda mi erizada piel. Se
detuvo cuando su nariz se introdujo involuntariamente en mi ombligo y su boca
rondaba la zona baja de mi vientre, casi en el pubis. Fueron unos segundos
mágicos de inusitada pasión. Después noté el roce de su lengua en el mismo
punto donde antes, en la ducha, había situado su dedo corazón.»
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